Otros cuentos son posibles - El príncipe soldado
EL PRÍNCIPE SOLDADO
Había una vez en un reino muy muy
lejano un príncipe preso en un castillo: no, no estaba encerrado en una jaula;
pero hay muchas formas de estar encerrado...
Su familia quería que fuese a la guerra
para invadir el reino de la Reina Morada, que tenía muchísimos campos de
cultivo y un ejército muy débil: sería un blanco fácil.
Durante todo el día estaba
entrenando con las armas y armaduras preparándose para el ataque dentro de unos
meses.
Pero a nuestro príncipe no le
gustaban las armas ni las guerras… nuestro príncipe era feliz cuando se
disfrazaba y se mezclaba con el resto de los súbditos en el mercado local.
Le encantaba deambular entre los
puestos de los agricultores locales y seleccionar las mejores delicias de sus
tierras. Por las noches, cuando todo el mundo se había ido a dormir, se colaba
en la cocina con otros dos amigos de palacio y se dedicaban a preparar todo
tipo de exquisitos pasteles, verduras rellenas y panes de semillas. Cuando los
acababan los repartían de incógnito entre los pobres de la corte, que se los
encontraban en sus puertas cada mañana sin poder conocer la procedencia.
La pasión del príncipe y de sus
amigos era la cocina. Si su padre, el Rey Verde, lo descubriese usando su
bayoneta para pelar una calabaza… o al caballero García abriendo un coco con la
maza de hierro de los torneos… ¡y qué risas se tuvieron que contener cuando la
celada de una armadura les sirvió de rallador de queso!
Una noche, casi al alba, cuando
repartían los alimentos por las puertas de las casas pobres, ocurrió lo que no
se esperaban: una niña abrió la puerta y vio al príncipe dejando la comida en
el portal. El príncipe le hizo prometer que no se lo contaría a nadie; pero,
entonces, la niña lo abrazó y le contó que toda el hambre que estaban pasando
se debía a la guerra que estaba preparando el Rey Verde contra la Reina Morada:
su padre había dejado el campo para hacer instrucción militar, los aperos de
labranza habían sido confiscados, fundidos y convertidos en armas y todos los
alimentos eran requisados para poder alimentar a las tropas. Ya no tenían
comida ni las herramientas para poder trabajar las tierras. María era una niña
muy enclenque; pero con un espíritu muy fuerte e impresionó mucho al príncipe.
Esa noche, María partió en secreto a llevar un mensaje a la Reina Morada…
A partir de ese día el príncipe y
sus amigos trazaron un plan: además de repartir comida, también tenían que dar
herramientas al pueblo para poder trabajar la tierra.
Trasladaron su actividad nocturna
a los establos, donde se les unieron más soldados que estaban hartos de tanto
preparar la guerra. Las espadas se doblaban para hacer hoces, las placas de
armadura se cortaban para hacer azadas y todo tipo de armas mortales quedaban
convertidas en aperos campesinos.
Se fue fraguando toda una
conspiración palaciega en la que el único militar que quería la guerra era el
Rey Verde. Como las armas se habían convertido en aperos, los soldados hacían
los entrenamientos y las maniobras con espadas de madera o con palos de escoba…
El Rey desde lo alto del castillo
no podía notar la diferencia y se complacía ante el magnífico ejército que
entrenaba ante él en la lejanía.
Las familias de los campesinos,
agradecidas por lo que el príncipe y sus caballeros estaban haciendo por ellos,
les llevaban productos de sus tierras al campo de entrenamiento y el príncipe y
sus amigos cocinaban ricos platos campesinos para todos. El hambre había ido
desapareciendo de las tierras de Rey Verde sin que él lo supiese y nadie
entendía la necesidad de invadir otro reino para robarles las tierras.
El Rey estaba lleno de júbilo
cuando veía tanto trasiego en el campo del ejército y decidió que era el
momento de reunir las tropas y atacar. Sin decírselo a nadie montó en su
caballo y se presentó en el medio del campo con el resto de soldados.
- - ¡Abrid los arsenales repartid las armas! ¡Ha
llegado el momento de la gloria!-
Cuando sus comandantes abrieron
los arsenales la cara del Rey se descompuso. Azadas, guadañas, hoces… cualquier
cosa menos armas.
Miró a sus tropas y al que no le
faltaba media armadura le faltaba la otra media, algún sargento usaba la
bandera del regimiento como delantal, los soldados jugaban con sus hijos con
espadas de madera y el ambiente era más de fiesta popular que de cuartel a
punto de la batalla.
El asombro del Rey fue a más
cuando por el rellano se acercaba una nube de polvo y el atronador ruido de la
caballería, la corte y la escolta de la Reina Morada y pensó que había llegado
su fin. ¿Qué iba a hacer un ejército de campesinos y cocineros contra esa
multitud?
-Saludos, Rey Verde, no temáis,
vengo en son de paz. Vuestra sierva María ha cruzado las tierras de frontera y
sorteado mil adversidades para llegar hasta mí y decirme que habéis transformado
todo vuestro ejército en trabajadores civiles. En mi vida os imaginé capaz de
hacer un gesto así por nuestros pueblos. Podéis contar con todo el apoyo del
pueblo morado en lo que necesitéis y María será una excelente embajadora a
partir de ahora-
El Rey verde se quedó blanco
mientras recibía los aplausos de los dos pueblos que, por fin, habían firmado
la paz. Todo gracias a un príncipe que quiso ser cocinero y a una niña que
quiso ser aventurera.
Con los años el Rey Verde murió y
al trono subieron María y el príncipe… y ahora, que no tiene que esconderse,
pasa más tiempo en los fogones con sus caballeros, mientras María gobierna con
justicia.
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